lunes, 17 de septiembre de 2012
EL HOBBIT: EL VIAJE, UNA VEZ MÁS (6)
martes, 24 de abril de 2012
lunes, 16 de abril de 2012
EL HOBBIT: EL VIAJE, UNA VEZ MÁS (5)
El camino, el desasimiento y las pruebas
En el vasto cauce de la tradición cristiana los autores se vuelven, una y otra vez, hacia el tema del homo viator. Este suelo que pisamos no es sino figura de la patria definitiva. No hemos llegado aún. La vida es un viaje, y no solamente para unos pocos escogidos, como Bilbo, sino para todo hombre, como nos recuerda la tranquila armonía de Gonzalo de Berceo en la Introducción de sus Milagros de Nuestra Señora:
Todos quantos vevimos que en piedes andamos [...]
Todos somos romeos que camino andamos.
Pero no se trata simplemente de echarse a andar. Existe el riesgo de extraviarse. En muestra lengua castellana, Jorge Manrique logra acuñar en versos definitivos el planteo de la cuestión:
Este mundo es el camino
para el otro, qu'es morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Es preciso no apartarse del buen camino. No todos conducen a la meta. El aserto evangélico aquel, "Yo soy el camino", reclama exclusividad. Hay sendas falsas, que no llevan a ningún lado. Los auténticos maestros indican el sendero correcto, del que no debemos salimos en el viaje de nuestra existencia. Elrond y Gandalf poseen ese "buen tino" manriqueño: '
Había muchas sendas que subían internándose en aquellas montañas, y sobre ellas muchos desfiladeros. Pero la mayoría de estas sendas eran engañosas y decepcionantes, o no llevaban a ningún lado, o acababan mal; y la mayoría de estos desfiladeros estaba infestada de criaturas malvadas y de peligros horrorosos. Los enanos y el hobbit, ayudados por el sabio consejo de Elrond y los conocimientos y la memoria de Gandalf, tomaron el camino que llegaba al desfiladero apropiado, (p.65)
El rumbo debe conservarse, ya sea para atravesar las montañas o el bosque, elementos de tantas resonancias simbólicas. El cruce del bosque es inexcusable. No valen aquí los rodeos. Gandalf es terminante:
-Adiós -dijo Gandalf a Thorin-. ¡Y adiós a todos vosotros, adiós! Ahora seguid todo recto a través del bosque. ¡No abandonéis el sendero! Si lo hacéis, hay una posibilidad entre mil de que volváis a encontrarlo, y nunca saldréis del Bosque Negro [...] -¿Pero es realmente necesario que lo atravesemos? –gimoteó el hobbit.
-¡Sí, así es! -dijo el mago-. Si queréis llegar al otro lado. Tenéis que cruzarlo o abandonar toda búsqueda, (pp.147-148)
Y el camino recto no es generalmente fácil. Así lo experimenta Bilbo más de una vez, expuesto a los rigores del viaje:
Lejos, muy lejos en el poniente, donde las cosas eran azules y tenues, Bilbo sabía que estaba su propio país, con casas seguras y cómodas, y el pequeño aguiero-hobbit. Se estremeció. Empezaba a sentirse un frío cortante allí arriba, y el viento silbaba entre las rocas, (p-65)
Tolkien reitera las imágenes del despojo. En cada aventura, Bilbo deja algo. Son como jirones del "hombre viejo", que quedan en la "puerta estrecha" por donde hay que pasar:
Bilbo había escapado de los trasgos, pero no sabía dónde estaba. Había perdido el capuchón, la capa, la comida, el poney, sus botones y sus amigos, (p.101)
En soledad y despojado, el hobbit se enfrenta a decisiones serias. Ha crecido en responsabilidad. Sabe ahora lo que es la lealtad hacia sus compañeros. Las opciones resultan cada vez más graves:
Se preguntaba si no estaba obligado, ahora que tenía el anillo mágico, a regresar a los horribles, horribles túneles y buscar a sus amigos (p.101).
Las pruebas que se avecinan serán mayores aún. Hay que vencer, por lo pronto, el desaliento, la aridez. Para llegar a buen término en el viaje, hacen falta las virtudes. Luego del «cruce del río», y ya «perdidos en el bosque» -el bosque es el lugar de la acedia- resultan indispensables la esperanza y la fortaleza. Hay que saber leer los signos, y no cejar en el empeño, pues justamente en el momento más arduo es cuando puede estar la salida al alcance de la mano:
Esa noche fueron una triste partida, y esa tristeza pesó aún más sobre ellos en los días siguientes. Habían cruzado el arroyo encantado, pero más allá el sendero parecía serpear igual que antes, y en el bosque no advirtieron cambio alguno. Si sólo hubiesen sabido un poco más de él, y hubiesen considerado el significado de la cacería y del ciervo blanco que se les había aparecido en el camino, hubieran podido reconocer que iban al fin hacia el linde este, y que si hubiesen conservado el valor γ las esperanzas pronto habrían llegado a sitios donde la luz del sol brillaba de nuevo y los árboles eran más ralos (p.156).
Fortalecido, liberado de la férrea servidumbre que le imponían tantas debilidades consentidas, el hobbit puede cumplir la hazaña de matar la araña gigante. Las mismas manos hábiles en el manejo de la tetera y la sartén, cumplen ahora con naturalidad los gestos del guerrero:
La araña yacía muerta a un lado y la espada estaba manchada de negro. Por alguna razón, matar a la araña gigante, él, totalmente solo, en ¡a oscuridad, sin la ayuda del mago o de los enanos o de cualquier otra criatura, fue muy importante para el señor Bolsón. Se sentía una persona diferente, mucho más audaz y fiera a pesar del estómago vacío, mientras limpiaba la espada en la hierba y la devolvía a la vaina, (pp. 165-166)
Solo, en la oscuridad, sin ayuda. Bilbo se siente diferente, y los demás comienzan a reconocerlo. Pero no se trata ya de la respetabilidad burguesa, basada sobre criterios mundanos y extrínsecos, adventicios, sino que asoma el Bilbo profundo que Gandalf había descubierto:
[...] esperaban que el pequeño Bilbo conociese las respuestas. Por lo que podéis ver, habían cambiado mucho de opinión con respecto al señor Bolsón, y ahora lo respetaban de veras (tal y como había dicho Gandalf). (p.175)
Se han cumplido las previsiones de Gandalf, que se retira para que el hobbit se pruebe en soledad. El maestro no sustituye a aquel a quien guía, sino que lo «hace crecer»; de allí su auctoritas:
[...] todos confiaban en Bilbo. Exactamente lo que Gandalf había anunciado, como veis. Tal vez ésa era parte de la razón por la que se marchó y los dejó, (p.185)
El nuevo Bilbo comienza ya a conocer el verdadero valor de las cosas. En cuanto a la comida, por ejemplo,
[..] ahora sabía demasiado bien lo que era tener verdadera hambre, y no sólo un amable interés por las delicadezas de una despensa bien provista (p.196).
Y llega por fin el momento culminante del «descenso», literal y simbólico, en la cueva del dragón. El pañuelo, elemento que define al Bilbo anterior, atildado y frívolo, ha dejado lugar al cinturón con arma:
[...] se arrastró en silencio hacia abajo, abajo, abajo en la oscuridad. Iba temblando de miedo, pero con una expresión firme y ceñuda en la cara menuda. Ya era un hobbit muy distinto del que había escapado corriendo de Bolsón Cerrado sin un pañuelo de bolsillo. No tenía un pañuelo de bolsillo desde hacía siglos. Aflojó la daga en la vaina, se apretó el cinturón y prosiguió, (p.223)
Se destaca la soledad del hobbit, en la mayor de todas las pruebas, la decisiva:
Estaba completamente solo (p.223) [...] En este mismo momento Bilbo se detuvo. Seguir adelante fue la mayor de sus hazañas. Las cosas tremendas que después ocurrieron no pueden comparársele. Libró la verdadera batalla en el túnel, a solas, antes de llegar a ver el enorme y acechante peligro, (p.224)
La verdadera batalla se libra en el interior del hobbit. En los oscuros meandros de la gruta ha quedado sepultado el falso Bilbo, así como en el simbolismo cristiano el "hombre viejo" queda anegado en la pila bautismal y emerge el renacido a la Gracia. A partir de aquí, en realidad, se inicia el regreso. El viajero ha alcanzado su meta.
(Continuará...)