lunes, 16 de febrero de 2009

“Las obras de Tolkien satisfacen anhelos de trascendencia”


Un libro analiza la filosofía del
autor de “El Señor de los Anillos”


GRANADA, domingo, 15 de febrero de 2009 (ZENIT.org).- Eduardo Segura, profesor del Instituto de Filosofía Edith Stein, de Granada, España, analiza en su último libro la filosofía de la obra de J.R.R. Tolkien, autor de la famosa saga de El Señor de los Anillos, a través de un poema casi desconocido que lleva por título "Mitopoeia".

El profesor Eduardo Segura, del Instituto de Filosofía Edith Stein, de Granada, acaba de publicar su último libro, titulado "J.R.R. Tolkien. Mitopoeia y Mitología. Reflexiones bajo la luz refractada".

En él se aborda el estudio del autor de la famosa saga de "El Señor de los Anillos" desde una perspectiva desconocida ya que, a la luz de su poesía "Mitopoeia", en la que aparecen una serie de claves estéticas y filosóficas, se intenta comprender toda la obra de Tolkien como una gran labor de reflexión filosófica y de creación estética.

"En concreto, se trata de poner en cuestión, tanto en la vía teórica como en la elaboración artística, la validez de los preceptos empíricos como el único modelo posible para comprender el mundo que nos rodea", informa a ZENIT el instituto Edith Stein.

En una reciente conferencia, que pronunció en la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona, dentro del ciclo "El mundo de Tolkien", desarrolló su argumentación a partir del análisis del concepto de fantasía que hemos heredado de la Ilustración.

"El empirismo dio al traste con el respeto que, desde Homero, había merecido la capacidad de imaginar. Más tarde, el racionalismo dio el golpe de gracia a todo lo que no pudiese ser demostrado empíricamente. La creación literaria adquirió la carga peyorativa de fantasía o cuento como sinónimo, en definitiva, de mentira", dijo Segura.

Frente a esa visión, el filósofo español sostiene que, en Tolkien, la noción de "verdad" es más amplia que la mera verosimilitud: "Verdad es dotar a la invención de credibilidad; y la credibilidad presupone y exige una cierta fe literaria que, a menudo, nos trae un eco de la alegría de la redención. Tolkien lo llamaba eucatástrofe, la capacidad que posee la belleza para transfigurar la realidad".

Eduardo Segura es uno de los principales españoles en la vida y obra del creador Tolkien. Ha trabajado durante muchos años para acercarse a la esencia del mundo que el autor inglés fue tejiendo con sus leyendas, cuentos, poesías y relatos mitológicos.

miércoles, 4 de febrero de 2009


El Señor de los Anillos: La Verdad Cristiana detrás del mito de Tolkien



por el R.P. José Miguel Marqués Campo

Tres anillos para los Reyes Elfos bajo el cielo. Siete para los Señores Enanos en casas de piedra. Nueve para los Hombres Mortales condenados a morir. Uno para el Señor Oscuro, sobre el trono oscuro en la Tierra de Mordor donde se extienden las Sombras. Un Anillo para gobernarlos a todos. Un Anillo para encontrarlos, un Anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas, en la Tierra de Mordor donde se extienden las Sombras.


Curiosamente, Tolkien en realidad no se consideraba un escritor católico, sino más bien un escritor que resultaba ser católico. Y asimismo El Señor de los Anillos no es una apología ni alegoría del cristianismo, ni de ninguna otra cosa, pero sí es aplicable a muchas realidades, y leído bien, puede hacer, paradójicamente, más por la evangelización. Ya estaba concluido El Señor de los Anillos, pero poco antes de su eventual publicación, en una carta que Tolkien recibió el 2 de diciembre de 1953, del P. Robert Murray, jesuita, nieto de Sir James Murray (fundador del Oxford English Dictionary), y amigo íntimo de su familia, Tolkien le respondió el mismo día. Estaba muy contento de que el P. Murray le había mencionado algunas observaciones e impresiones agudas acerca de lo que sería su obra magna. Entre otras cosas, al P. Murray le parecía que el personaje de Galadriel, la Reina de los Altos Elfos de Lothlórien, tenía ciertas semejanzas con la Santísima Virgen María, y la impresión general de que El Señor de los Anillos se mostraba particularmente compatible con la perspectiva teológica católica acerca del orden de la Gracia [de Dios].
En su carta de respuesta (Cartas nº 142), Tolkien reconoció: "’El Señor de los Anillos’ es, por supuesto, una obra fundamentalmente religiosa y católica; de manera inconsciente al principio, pero luego cobré conciencia de ello en la revisión". Con respecto a la alusión a la Virgen María y la compatibilidad con el orden de la Gracia, dijo: "…me animó especialmente lo que tú has dicho… pues eres más perceptivo, especialmente en ciertas direcciones, que ningún otro, y aun a mí me has revelado con mayor claridad ciertos aspectos de mi obra. Creo que sé exactamente lo que quieres decir con el orden de la Gracia; y, por supuesto, con tus referencias a Nuestra Señora, sobre la cual se funda toda mi escasa percepción de la belleza tanto en majestad como en simplicidad". Y luego, curiosamente, hace un comentario aparentemente paradójico, que resulta ser clave para comprender el alcance cristiano de su obra: "Ésa es la causa por la que no incluí, o he eliminado, toda referencia a nada que se parezca a la "religión", ya sean cultos o prácticas, en el mundo imaginario. Porque el elemento religioso queda absorbido en la historia y el simbolismo".
Tolkien explica así su decisión porque quiere que su libro fuera ortodoxo desde el punto de vista de la teología natural, (muy apreciada y defendida por la Iglesia en numerosas intervenciones del magisterio papal y más sistemáticamente en el Concilio Vaticano I), por la cual se pueden aprehender las verdades sobre Dios y sobre el hombre (=antropología teológica) a partir de las cosas creadas —la naturaleza, el mundo, el mismo hombre— con el uso de la razón. No que la sola razón puede llegar a comprender mejor a Dios y a su creación —para ello es necesario el don de la fe, y aún así no agotamos el conocimiento divino— pero que la fe, no siendo racionalismo puro, sí es razonable. De ahí que la religiosidad en la obra de Tolkien es implícita, quedando absorbida en la narración histórica y en el simbolismo.
Esto da pie a otra referencia imprescindible para situar mejor nuestra comprensión de El Señor de los Anillos: es la de tener presente su contexto histórico, dentro de toda la obra mitológica de su autor. Necesariamente implica situarlo con referencia directa con El Silmarillion, obra de su vida, que acompañó a Tolkien durante unos 60 años, que nunca llegó a terminar, pero que su hijo, Christopher, llegara a recopilar diversos escritos para darle forma coherente para su publicación después de la muerte de su padre. Mucho más claramente que en El Señor de los Anillos, hay muchas referencias explícitamente religiosas, con perspectiva cristiana, en El Silmarillion.
Una opinión bastante difundida sobre el trasfondo de la supuesta lucha entre el Bien y el Mal, sin más, en El Señor de los Anillos, no hace justicia al tema realmente de fondo de la obra de nuestro autor. En cierta ocasión, escribió (Cartas nº 186 borrador): "No creo que ni siquiera el Poder o el Dominio sean el verdadero centro de mi historia… El verdadero tema para mí se centra en algo mucho más permanente y difícil: la Muerte y la Inmortalidad; el misterio de amor por el mundo en los corazones de una raza «condenada» a partir y aparentemente a perderlo [los Hombres Mortales]; la angustia en los corazones de una raza "condenada" a no partir en tanto su entera historia no se haya completado [los Elfos Inmortales]".
Aunque sea una pincelada, me veo obligado a hacer algunas alusiones básicas a El Silmarillion para mejor contextualizar los personajes y acontecimientos posteriores en El Señor de los Anillos. El Silmarillion relata, con gran fuerza y belleza, las historias de la Primera y Segunda Edad, la creación de la tierra en el principio, por parte del Dios Único, cuyo nombre en lengua élfica —Ilúvatar— significa "Padre de todos". Dios creó de la nada a los Ainur, los Sagrados, vástagos de su pensamiento —o sea, los ángeles bíblicos o los dioses paganos—, y les propuso temas de música para que cantasen bellezas en armonía, y así tomar parte en la creación de la Tierra. Cantaron ante él y sus voces eran como arpas y laúdes, pífanos y trompetas, violas y órganos; y Dios se complació, porque eran buenos y hermosos los seres espirituales que había creado. Al comienzo de la música, cada Ainur cantaba solo mientras los demás escuchaban, pues cada Ainur comprendía sólo la parte de la música que le correspondía, "y eran lentos en comprender el canto de sus hermanos. Pero cada vez que escuchaban, alcanzaban una comprensión más profunda, y crecían en unisonancia y armonía". Se me antoja una sugerente descripción de lo que es la Iglesia; en todo caso, la segunda parte es una bella descripción de lo que de hecho es la Iglesia celestial…
"Y sucedió que Ilúvatar convocó a todos los Ainur, y les comunicó un tema poderoso, descubriendo para ellos cosas todavía más grandes y maravillosas que las reveladas hasta entonces; y la gloria del principio y el esplendor del final asombraron a los Ainur, de modo que se inclinaron ante Ilúvatar y guardaron silencio. Entonces les dijo Ilúvatar: –Del tema que os he comunicado, quiero ahora que hagáis, juntos y en armonía, una Gran Música…" Pues bien, los bellos temas musicales llegaron a ser dulces y sobrecogedores, hasta crear los seres "a imagen y semejanza" de Dios-Ilúvatar, sobre la Tierra: los Hijos Mayores serían los Elfos Inmortales (aunque eso de "inmortales" habrá que matizar), la raza más hermosa y noble de todas, los Hijos Menores sería la raza de los Hombres Mortales y los emparentados Hobbits, mientras que los Enanos fueron creados después.
Pero, así como ocurrió con la creación real de nuestro mundo, tal como la Tradición cristiana lo recoge, uno de los ángeles, llamado Melkor, luego Morgoth, se rebeló, por su orgullo y soberbia, contra la armonía celestial y terrena, y a propósito, desafinó en el canto de los Ainur. Eso hizo que la creación salida "buena" de la mano de Dios, se estropeara, pues ya no había armonía musical, ni por tanto armonía en la obra de la creación, según la voluntad de Ilúvatar. Por instigación, Morgoth sembró desconcierto y miedo a la muerte a los Hombres Mortales, haciéndoles sentir envidia de los Elfos Inmortales. Aquí podemos ver un claro eco de un pasaje altamente significativo de la carta a los Hebreos (2, 14-15): "Porque así como los hijos comparten la sangre y la carne, también él [Cristo] participó de ellas, para destruir con la muerte al que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo, y liberar así a todos los que con miedo a la muerte estaban toda su vida sujetos a la esclavitud".
La diferencia (antropológica) entre la inmortalidad de los Elfos y la mortalidad de los Hombres, ambos creados a imagen y semejanza de Dios-Ilúvatar, desempeña un papel crucial en el desarrollo de los acontecimientos, tanto en El Silmarillion como en El Señor de los Anillos. Estamos ante el tema estrella de la mitología de Tolkien: el paso del tiempo y la eternidad; la vida y la evasión de la muerte. Pero hemos de entender que la inmortalidad de los Elfos es, en realidad, una especie de longevidad; con fin del tiempo y del mundo, también los Elfos morirían y Dios no les ha revelado aún lo que será de ellos después. Mientras que la mortalidad de los Hombres es más fácil de comprender ¡porque esto nos atañe a nosotros también! El Hombre es un ser mortal por naturaleza, pero en el origen de la creación, como leemos en el libro del Génesis, la muerte no era castigo antes de la Caída de Adán y Eva bajo el engaño del Maligno, sino un divino don (sería como un dormirse en el Señor, una especie de "asunción", como en el caso singular de la Virgen María) para unirse a Dios más plenamente en un estado de gloria, en un destino más allá de los confines del mundo. La teología cristiana, especialmente de los Padres Orientales, lo llama la "divinización del hombre." Pero Dios, en la mitología deliberadamente pre-cristiana de Tolkien, aún no se ha revelado en plenitud con la Encarnación y Resurrección de su Hijo Jesucristo.
En resumen (y simplificando): Morgoth, en ángel caído, tuerce los designios de Dios-Ilúvatar e incita, poniendo duda en el corazón de los Elfos y los Hombres, para que se rebelen y rechacen la naturaleza dada a ellos por Dios-Ilúvatar. Luego, mientras los Hombres "mortales" buscan evadir la muerte antes del fin del mundo creado, los Elfos "inmortales" buscan evadir su longevidad, ya que el fin del mundo creado también sería para ellos la muerte. La malicia de Morgoth, y luego la de un siervo de éste, otro ángel caído, Sauron, el que llegará a ser el Señor de los Anillos de Poder, consiste en arrojar una sombra de duda sobre el amor y la providencia de Dios, con engaño muy sutil y astuto, confundiendo luz con tiniebla, haciendo brotar el mal del bien, y en poner miedo donde tendría que haber esperanza en los designios del Creador, aunque éstos no han sido aún plenamente revelados.
Como podemos ver muy fácilmente, los parecidos con los relatos de la creación y la caída en el libro del Génesis, son evidentes. Y esto es así porque el Dios de la Tierra Media y el Dios revelado en el tiempo por Cristo, es el mismo Dios que adoraba Tolkien como católico. Así como la Palabra de Dios [Jesucristo en persona] es artífice de la Creación —"en Cristo fueron creadas todas las cosas" (Col 1, 16)— y luego inspiró a los autores sagrados para consignarlo en las Sagradas Escrituras, Tolkien se ve como un escritor (hagiógrafo) que narra el mito de la Creación real en un relato alternativo, en su mundo subcreado. El mito, pues, según Tolkien, lejos de ser mera fantasía banal, lejos de ser mentira, lejos de ser abandono del hogar y huida de la realidad, es, por el contrario, fantasía muy real, relato para comunicar las eternas verdades de la naturaleza humana (desde el punto de vista cristiano), un deseo de encontrar nuestro hogar, descubriendo lo universal, y es una "escapatoria", una incursión—no excursión—al corazón mismo de la realidad. Tras escribir El Señor de los Anillos, el propio Tolkien confesó en una carta muy iluminadora (Cartas nº 131): "…tuve siempre la sensación de registrar algo que siempre estuvo allí, en alguna parte [en su mente y corazón creyentes]; jamás la de inventar… Esta historia crecía a medida que escribía". Se me ocurre pensar que la "inspiración" de Tolkien es algo así como la inspiración de los Santos Padres al componer hermosos textos litúrgicos, plasmando la experiencia cristiana en lenguaje poético-celebrativo…
Pues bien, siguiendo paralelamente el relato del Génesis, la raza de los Hombres Mortales, los Númenóreanos—haciendo caso a los engaños de Sauron, empezaron a envidiar a los Elfos Inmortales: "¿Por qué no hemos de envidiar a los Valar (Altos Elfos) o aun al último de los Inmortales? Pues a nosotros se nos exige una confianza ciega y una esperanza sin garantía, y no sabemos lo que nos aguarda en el próximo instante. Pero también nosotros amamos la Tierra y no quisiéramos perderla". Sauron sedujo a muchos de los Hombres Mortales a desobedecer a Dios y a querer conquistar el Reino Bendecido de los Elfos, llamado Valinor, ¡pues así no morirían para siempre! Pero también sedujo a muchos Elfos a despreciar su longevidad y desear una suerte de paraíso terrenal que estuviera libre del paso del tiempo y su eventual muerte. El dilema de los Hombres y los Elfos es, en el fondo, el de Adán y Eva: comer del árbol prohibido y no morir nunca, vivir como "dioses" en el conocimiento del Bien y del Mal. Es decir, ¿por qué Adán y Eva [o los Hombres y los Elfos] habrían de desear, teniendo en cuenta todos los dones que Dios les había dado por amor, querer ellos mismos ser un dios? ¿O por qué Satanás [o Morgoth o Sauron] habría querido ocupar el lugar que sólo corresponde a Dios [Ilúvatar)? Tolkien da por hecho, fuera de escena, un mundo caído en "pecado original" en su universo subcreado, cuya Redención por Cristo está en el lejano futuro.
Llegados a este momento podemos adentrarnos con mejor preparación en El Señor de los Anillos. La forja de los Grandes Anillos de Poder tuvo lugar en la Segunda Edad de la Tierra Media. Fueron forjados por los herreros Elfos de Eregion, bajo los consejos astutos de Sauron, disfrazado como "hermoso ángel de luz." La finalidad de su fabricación era con el propósito de distribuir a los reyes de los Elfos, los Hombres y a los Señores Enanos, anillos que les ayudaran a gobernar mejor a sus pueblos, a mantener hermosa la Tierra Media, y a detener el paso del tiempo y prevenir la muerte.
Tres anillos para los Reyes Elfos bajo el cielo. Siete para los Señores Enanos en casas de piedra. Nueve para los Hombres Mortales condenados a morir. Uno para el Señor Oscuro, sobre el trono oscuro en la Tierra de Mordor donde se extienden las Sombras. Un Anillo para gobernarlos a todos. Un Anillo para encontrarlos, un Anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas, en la Tierra de Mordor donde se extienden las Sombras…
Pero en secreto, Sauron forjó un Anillo Regente, el Anillo Único, depositario de gran parte de su ser y malicia, que le serviría para someter a los pueblos libres de la Tierra Media, controlando las mentes de los demás portadores de los anillos de poder. Los tres Reyes Elfos fueron los más astutos y descubrieron los malvados intentos de Sauron de someterlos a su maldad, se quitaron sus tres anillos que nunca pervirtió Sauron, pero que para siempre estarían ligados al poder del Anillo Único. Los siete Señores Enanos se mostraron bastante difíciles de someter, pues su interés era las minas y las riquezas minerales, aunque Sauron llegó a aprovechar su codicia. Mucho más fácil resultó someter a los nueve grandes Reyes de los Hombres. Éstos, independientemente de la buena o mala voluntad que cada uno poseía, al aceptar ponerse sus anillos de poder, fueron con el tiempo engañados terriblemente. Se volvieron invisibles, salvo el manto negro que los cubría, seres corrompidos, ni vivos ni muertos, cuyas "vidas" alargadas hacía que clamaban con las voces de la muerte: se convirtieron en los más temibles siervos de Sauron, los Espectros del Anillo, o los Nâzgul.
Desde la fe católica, desde el punto de vista antropológico, podemos ver en los Espectros del Anillo un terrible reflejo de los bautizados en Cristo —pues por el Bautismo somos Sacerdotes, Profetas y Reyes— viviendo bajo la esclavitud del pecado, bajo la tiranía mentirosa del Maligno Tentador. El Anillo es símbolo de orgullo y poder. Representa todo lo que nos arrastra al reino de tinieblas del Señor Oscuro [el Diablo], tentándonos a ser como él en su rechazo a los planes de Dios sobre nuestra vida. La forma circular del anillo es la voluntad egoísta cerrada sobre sí misma. Su centro vacío, por donde metemos el dedo, sugiere el vacío interior al que nos disponemos cuando nos sometemos a su esclavitud. La invisibilidad que envuelve al portador, corta con las relaciones normales con quienes nos rodean, nos aísla de los demás, creando una imagen falsa del propio "Yo", despreciando cualquier otro "Tú". Si el Anillo significa todo esto, renunciar a su seducción es imposible para nosotros, pero para Dios, nada hay imposible, como Tolkien bien comprendió. Por nuestras solas fuerzas, nosotros no podemos nada; necesitamos lo que en teología católica es la ayuda de la gracia de Dios. El "yo" no puede despegarse de su "yo". A buen seguro Tolkien se inspiró en la teología de la gracia que encontramos en la carta a los Romanos del Apóstol Pablo (7, 18-19): "Porque el querer hacer el bien está en mí, pero el hacerlo no", y la visión de la gracia que tiene San Agustín, un gran Santo Padre de la Iglesia. Nuestra Búsqueda, o Misión, en clave cristiana, consiste en resistir las tentaciones del Anillo del Señor Oscuro, librarnos de nuestro egoísmo, y en última instancia, consiste en recorrer el camino pascual de Cristo, que es, ni más ni menos, fidelidad a nuestra vocación bautismal: bajarnos de nuestra soberbia y autosuficiencia, y con humildad, dar la vida por los que amamos (que han de ser todos), y santificarnos, aceptando la cruz del sacrificio que supone amar de verdad.
El Señor Oscuro quiere tentarnos a que pongamos un anillo de poder que él nos da, aislándonos de Dios y de los demás, dándonos la ilusión de que vivir en el pecado es "vivir a tope", y lo que nos hará felices, pero que en realidad, nos esclaviza y engendra la muerte. Que distinto, ¿verdad?, la parábola del hijo pródigo del Evangelio de San Lucas, que nos presenta la figura entrañable del Padre aguardando nuestra vuelta a su casa. También al hijo que regresa a su seno, se le ofrece un anillo, pero no anillo de esclavo que nos aísla en nuestro egoísmo, sino un anillo de hijo amado, que nos devuelve a la comunidad de los redimidos, a la Comunión de los Santos, a la Iglesia terrena que peregrina en el tiempo, hacia la Iglesia celestial…
Pues bien, al final de la Segunda Edad, una última alianza de Hombres y Elfos derrota los ejércitos del Señor Oscuro, frente al Monte del Destino, en la frontera de Mordor. El hijo del Rey de Gondor, Isildur, con la espada quebrada de su padre el Rey, corta la mano del Señor Oscuro, arrebatándole el Anillo Único. Pero en vez de destruirlo, arrojándolo en el abismo del Monte del Destino donde fue forjado, reclama el Anillo para sí. Al comienzo de la Tercera Edad, es atacado por las huestes de Sauron, intenta escapar nadando por el Gran Río Anduin, donde el Anillo le traiciona, deslizándose de su dedo, haciéndolo visible otra vez, donde es abatido por flechas.
El Anillo es perdido durante siglos… Es encontrado por dos amigos que estaban pescando un buen día. Éstos eran Déagol y Sméagol. Lo encontró Déagol, pero pronto el Anillo ejerció su influencia malvada, provocando la codicia de Sméagol que acaba asesinando a su amigo. Sméagol coge el Anillo y durante siglos es atormentado y corrompido, donde el Anillo envenena su mente y corazón. Pierde el gusto por todo lo hermoso: la inocencia, el amor, la caricia de la brisa, el disfrutar del sol y de los árboles, el sabor del pan; pierde hasta su propio nombre, pierde su identidad, pues la naturaleza del mal es la perversión del bien. Mientras el mal aísla, despersonaliza y destruye, el Señor en el Evangelio se preocupa por las personas, las sana y las reconcilia. La influencia malvada del Anillo encierra y devora al pobre Sméagol en su más absoluta desolación egoísta. La 1 ª carta de San Pedro (5, 8-9) ya nos lo advierte: "Sed sobrios, estad despiertos: vuestro enemigo, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar; resistidle, firmes en la fe". Pero también el Anillo traiciona a Sméagol, separándose de él, pues busca regresar al Señor Oscuro pero, por designio de la Providencia, es encontrado por Bilbo Bolsón, habitante de la Comarca…
***
La Comunidad del Anillo, la primera parte del libro, cuenta cómo Gandalf el Gris, el Sabio Mago, descubre que el anillo que encontró Bilbo era en realidad el Anillo Único, que controla a los demás Anillos de Poder forjados en la Segunda Edad. Puesto que Bilbo celebraba su cumpleaños centésimo decimoprimero, y que quería ya marchar de la Comarca para vivir con los Elfos en Rivendel (pues ya estaba muy cansado, "como un trocito de mantequilla extendido sobre demasiado pan"), deja su casa de Bolsón Cerrado y todas sus posesiones a su sobrino, Frodo Bolsón, y Gandalf a duras penas tuvo que convencerle de dejar también el anillo encontrado.
Gandalf le cuenta a Frodo cómo el Anillo llegó a encontrarlo su tío Bilbo, y cómo teniendo la oportunidad de matar a Sméagol/Gollum, en unos momentos de apuro para escapar de él, le invade un sentimiento de piedad y compasión por aquella miserable criatura. Y cómo luego el pobre Gollum llegó a ser capturado y torturado por Sauron en Mordor, y cómo fue que el Señor Oscuro supo que el Anillo fuera encontrado y quién lo poseía y dónde se hallaba ahora: en posesión de un tal Bolsón en la Comarca. Frodo le responde diciendo que ojalá nada de esto le ocurriera en su tiempo, a lo que Gandalf le responde que a nosotros no nos toca decidir los tiempos, sino a decidir qué hacer con el tiempo que se nos ha dado (por Dios). Cuando Frodo dice que fue una lástima que Bilbo no acabara con Gollum cuando tuvo la ocasión, Gandalf le contesta que, efectivamente, fue por lástima y misericordia: que no deberíamos ser ligeros en nuestros juicios a dispensar la muerte, que hasta el mas perdido tiene esperanza de curación, y que su corazón le dice que Gollum todavía tenía un papel que jugar en todo esto, para bien o para mal, ya que ni el más sabio puede saber el desenlace.
Gandalf además le dice a Frodo que hubo otra fuerza, aparte de la voluntad del Mal, ejerciendo su influencia, por lo que Bilbo estaba destinado a encontrar el Anillo —que intentaba regresar a Sauron— y que por tanto también Frodo estaba destinado a tenerlo: y que esto era un pensamiento muy alentador… Son clarísimas referencias a la Providencia, que actúa en los acontecimientos del mundo. Insta a Frodo a que huya de la tranquilidad de la Comarca, y junto con algunos compañeros, emprenden su viaje hacia la aldea de Bree. Toman algunas decisiones equívocas acerca de la ruta a tomar, y, a consecuencia de ello, corren peligros, pero son ayudados inesperadamente por varios personajes, reflejo de la Providencia que les guía. Pero Frodo es alcanzado por la maligna espada del Señor de los Espectros y sus compañeros son perseguidos por los terribles Jinetes Negros. Gracias a la ayuda de un Montaraz del Norte—Trancos o Aragorn—y Glorfindel, un Elfo que se les ha aparecido para ayudar, logran cruzar las aguas del río élfico Bruinen, que son invocadas y se levantan para cortar el paso a los Espectros. Esas aguas como símbolo de Israel en su paso del Mar Rojo, huyendo de los egipcios, y también las aguas bautismales, o sencillamente agua bendita, que nos protege de los enemigos. Llegan, pues, no sin mucho peligro, a la seguridad de la Casa del Señor Elrond, noble Medio-Elfo, en Rivendel. Allí Elrond convoca un gran concilio donde se decide que Anillo Único debe ser destruido, y Frodo acepta la carga de ser su portador, que le resultará cada vez más pesada. El Anillo sólo puede ser destruido en la Montaña de Fuego, el Monte del Destino en Mordor, donde fue forjado. Para ayudarle en su Misión, se ofrecen ocho compañeros que forman la Comunidad del Anillo: Aragorn, que se revela como el heredero de Isildur del Reino de Gondor, Boromir, hijo del Senescal de Gondor, en representación de los Hombres; Legolas, hijo del regio elfo del Reino del Bosque, en representación de los Elfos; Gimli, hijo de Glóin de la Montaña Solitaria, en representación de los Enanos; Frodo, con su sirviente, Sam, y sus dos primos, Merry y Pippin, en representación de los Hobbits, y Gandalf el Gris. La Comunidad del Anillo viene a ser una representación de la universalidad del peligro que afecta a toda raza, pueblo, lengua y nación, y la comunión en la misión.
La Comunidad emprende el viaje en secreto desde Rivendel en el norte, hasta que una feroz tormenta de nieve les prohíbe cruzar el alto paso de las montañas nevadas de Caradhras. Fueron conducidos entonces por Gandalf a través la puerta escondida y entraron las vastas minas de Moria, reino de los Enanos, intentando atravesar las montañas por dentro. Pero allí descubren con horror la masacre de los Enanos, y son atacados por huestes de orcos (antiguamente Elfos que fueron capturados, torturados y pervertidos, pues el Mal no puede crear, sólo pervertir). Gandalf, luchando contra un Balrog, antiguo demonio de la Primera Edad, entrega su vida para que la Comunidad pueda escapar por el puente de Khazad-Dûm, se sacrifica, dando su vida por sus amigos y por la Misión, cayendo con el Balrog en un abismo oscuro. "Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Al salir del peligro, la Comunidad llora la (aparente) "pérdida irrecuperable" de Gandalf, y Aragorn advierte que la Misión tiene que seguir aún sin esperanza…
La Comunidad atraviesa el Bosque Dorado élfico de Lothlórien, donde se encuentra con la Dama Galadriel, custodia de uno de los tres anillos dados a los Elfos. Y aquí "Frodo se quedó de pie, todavía maravillado. Tenía la impresión de haber pasado por una alta ventana que daba a un mundo desaparecido. Brillaba allí una luz para la cual no había palabra en lengua de los Hobbits. Todo lo que veía tenía una hermosa forma, pero todas las formas parecían a la vez claramente delineadas, como si hubiesen sido concebidas y dibujadas cuando le descubrieron los ojos, y antiguas como si hubiesen durado siempre. No veía otros colores que los conocidos, amarillo y blanco y azul y verde, pero eran frescos e intensos, como si los percibiera ahora por primera vez y les diera nombres nuevos y maravillosos. En un invierno así ningún corazón hubiese podido llorar el verano o la primavera. En todo lo que crecía en aquella tierra no se veían manchas ni enfermedades ni deformidades. En el país de Lórien, no había defectos". Lórien es un "santuario" hermoso en medio de un mundo que cambia donde no sólo no hay maldad, sino que el tiempo mismo parece haberse detenido. Es como si el jardín en que se encuentra Frodo fuese el jardín del Edén antes de la Caída, y Frodo es como Adán contemplando el esplendor de la creación con el poder de dar nombre a las criaturas, como leemos en el Génesis (2, 19): "Y lo que el hombre la llamaba, a cada criatura viviente, ése era su nombre". Aquí podemos ver una nostalgia de volver al Paraíso Primordial…
La Dama Galadriel invita a que Frodo y Sam miraran en su Espejo (una hermosa fuente de agua cristalina en su jardín), para ver las cosas que fueron, las cosas que son, y las cosas que aún no han pasado, dependiendo de cómo cada personaje afronta sus decisiones libres. Frodo le pregunta qué verá y Galadriel le contesta que ni el más sabio podría decírselo. Concuerdo con Eduardo Segura que probablemente la mejor manera de asomarse a El Señor de los Anillos es mirar el Espejo de Galadriel: a saber lo que cada cual descubre en el fondo de su propio corazón… Galadriel asegura a los compañeros que siempre hay esperanza, aunque parece que no la hay, siempre y cuando la Comunidad permanece fiel a la Misión. Les da regalos maravillosos que luego serían de gran provecho. Caben destacar las capas élficas para ocultar a la compañía de ojos enemigos y sobre todo las lembas, o "pan (élfico) del camino" o "pan de la vida" —una clarísima alusión a la sacramentalidad del Pan eucarístico— pues "tenía una potencia que se acrecentaba a medida que los viajeros dependían sólo de él para sobrevivir, y lo comían sin mezclarlo con otros alimentos. Nutría la voluntad, y daba fuerza y resistencia". Llegado el momento de partir, Galadriel despide a la Comunidad con una poesía teñida de nostalgia: Namárië [Adiós]… el eco de lamento del pasado milenario de toda una raza hermosa y noble obligada a abandonar el mundo que ama a favor de los próximos guardianes, los Hombres. Es la convicción de que una época del mundo está a punto de concluir para siempre, y tal vez caer en el olvido; en todo caso, se trata de una pérdida irrecuperable, un adiós a la Tierra Media: "¡Ay! ¡Como el oro caen las hojas en el viento! E innumerables como las alas de los árboles son los años. Los años han pasado como sorbos rápidos… ¡Adiós! Quizás encuentres a Valimar (Valinor). Quizá tú lo encuentres. ¡Adiós!" Podemos ver un reflejo del salmo 89, cuando pedimos a Dios: "Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato". Los tres anillos élficos, que han sido utilizados para sanar, para hacer y conservar cosas hermosas en la Tierra Media, y para detener el paso del tiempo y la eventual muerte, están ligados al Anillo Único: si Sauron recuperase su Anillo, (que sería con mucho lo peor), la Tierra Media se cubriría de una espantosa oscuridad y tiranía diabólica, y los Elfos también serían esclavizados; pero, por el contrario, si el Anillo fuera destruido (la única opción deseable, desde luego), también los tres anillos élficos perderían su noble poder. En este punto de la historia, hay de verdad, escasos motivos para la esperanza en un feliz desenlace del destino del Anillo. Pero en cualquier caso, no hay "victoria" sin sacrifico y "pérdida"… La Compañía viaja hacia el sur en barcas navegando por el gran río Anduin, donde son atacados por huestes de orcos. Por su buen y noble deseo de defender a su pueblo de Gondor, Boromir, seducido por el poder del Anillo, intenta arrebatárselo de Frodo, que pone el Anillo, haciéndose invisible, y escapa. Se da cuenta de que su presencia representa un peligro para el resto y decide irse solo a Mordor. Al final es alcanzado por su fiel amigo Sam. ¡No, Sam, le dice Frodo, me voy a Mordor solo! ¡Naturalmente que sí, Señor Frodo!, y yo le acompañaré…
Las Dos Torres, la segunda parte del libro, comienza con la Compañía separada y con Frodo y Sam huyendo en dirección a Mordor. Mientras los demás les persiguen, los orcos atacan y matan a un arrepentido Boromir. Su pecado de desesperación ha supuesto la muerte de Boromir —el pecado siempre engendra la muerte— pero su arrepentimiento y confesión le supone la redención. Clara alusión a la necesidad de arrepentimiento de cara a nuestra propia salvación. A continuación, una segunda banda de orcos captura a Merry y Pippin. Estos orcos son servidores de la Mano Blanca, es decir, de Saruman el Mago corrupto, compañero de Gandalf. Se llevan a los dos pequeños hobbits hacia el oeste a través de las tierras del Rohan, en dirección a la torre de su amo en Orthanc en Isengard. Allí espera Saruman, con el deseo de conseguir el Anillo Único para sí mismo, a pesar de ser un títere de Sauron, con quien se ha aliado.
El grupo de los orcos llega a los lindes del antiquísimo Bosque de Fangorn a medio camino entre el gran río Anduin e Isengard, antes de ser rodeados por los atentos Jinetes de Rohan. Liderados por su Mariscal Éomer, los Jinetes masacran a los orcos. Merry y Pippin escapan de la batalla y se refugian en el antiguo bosque. Allí conocen a Bárbol el Ent, el enorme pastor andante de árboles. Se puede contemplar al curioso personaje de Bárbol, con sus ojos profundos, sabios y serenos, la criatura más antigua de la Tierra Media, como un reflejo del valor inmenso que Tolkien da a la creación, una veneración por su belleza, y a todos los valores de una sociedad que hunde sus raíces en la Tradición católica. Ante la destrucción inmisericorde de los bosques por parte de los orcos de Saruman, que Bárbol lamenta tiene "mente de metal", pues ha perdido su gusto por cultivar las "cosas que crecen", convoca una cámara-Ent (reunión), movilizándolos para luchar contra Saruman y parten hacia Isengard.
Tras haber perseguido a los orcos de Saruman, Aragorn, Legolas y Gimli se encuentran con la compañía de Éomer poco después del ataque a los orcos por los jinetes de aquél. En su diálogo acerca de los tiempos nefastos que les toca vivir, Éomer hace una pregunta reflexiva: "¿Cómo encontrar el camino recto en semejante época?" Una pregunta siempre actual para el cristiano de todos los tiempos. Aragorn le da, y nos da, una respuesta acertada, válida en todo tiempo y lugar: "Como siempre. El mal y el bien no han cambiado desde ayer, ni tiene un sentido para los Elfos y Enanos y otro para los Hombres. Corresponde al hombre discernir entre ellos, tanto en el Bosque de Oro como en su propia casa". A lo que Éomer, comprendiendo el alcance de la respuesta, a su vez contesta: "Muy cierto. No dudo de ti, ni de lo que me dice el corazón". Éomer los provee de caballos y Aragorn, Legolas y Gimli parten hacia el Bosque de Fangorn. Pero su búsqueda de los hobbits es inútil; sin embargo se encuentran con alguien a quien no esperaban: Gandalf reaparece vestido de un blanco deslumbrador, con un cuerpo "transfigurado", pues ha regresado de la muerte para ayudar a completar la Misión.
Con él, van a Rohan al Castillo Dorado de Théoden, Rey de Rohan, en Édoras, donde Gandalf sana al prematuramente envejecido Rey, rescatándole del hechizo de Lengua de Serpiente, su consejero, aliado secreto de Saruman. Recuperado Théoden, hace una "composición de lugar", y lamenta diciendo: "¡Ay! Que estos días aciagos sean para mí y que me llegan ahora en la vejez, en lugar de la paz que creía merecer… Los jóvenes mueren mientras los viejos se agostan lentamente" (porque ha perdido en batalla a su único heredero, Théodred, y se enteró de la muerte del joven Boromir). Y también: "…tendría que entristecerme porque cualquiera que sea la suerte que la guerra nos depare, ¿no es posible que al fin muchas bellezas y maravillas de la Tierra Media desaparezcan para siempre?" Gandalf le responde, consolándole: "Es posible. El mal que ha causado Sauron jamás será reparado por completo, ni borrado como si nunca hubiese existido. Pero el destino nos ha traído días como éstos. [No os faltan aliados, Théoden aunque ignoréis que existan.] ¡Continuemos nuestra marcha!" Hace referencia al realismo del "misterio de la iniquidad" de la que habla San Pablo. Con el Rey salvado y rejuvenecido, cabalgan con él y su pueblo, a la fortaleza del Abismo de Helm, para librar una desesperada victoria al amanecer sobre las hordas de Saruman. Aragorn había dicho: "…el amanecer es siempre una esperanza para el hombre… nadie sabe qué habrá de traer el nuevo día". Gandalf los guía a Isengard, y encuentran la Torre de Orthanc y sus tierras devastadas por el ataque de los Ents. La naturaleza, harta de soportar lo que la moderna industrialización y mecanización le hace, rebelándose ante su destrucción por parte de quienes desprecian la vida, las "cosas que crecen". Saruman y Lengua de Serpiente quedan atrapados en la torre. Gandalf exhorta Saruman al arrepentimiento, pero éste rechaza la ocasión, e intenta con su voz, hechizar a Théoden. La "voz de Saruman" representa todas aquellas voces que, a lo largo de la historia, han seducido a las grandes masas, haciéndoles creer mentiras por verdades, cuyo ejemplo más notorio fue el de Hitler.
En relato paralelo, Frodo y Sam continúan su viaje casi desesperado hacia Mordor. El esquizofrénico Sméagol/Gollum les sigue, ansioso de recuperar el Anillo, su "Tesoro." El Señor en el Evangelio nos advierte que lo que para nosotros es un tesoro, allí ponemos nuestro corazón. Conviene, pues, educar bien el corazón, para escoger bien nuestro tesoro… El peso del Anillo, cargar con su malicia, es cada vez más abrumador para su Portador. A Frodo, que ve a Gollum por primera vez, le inspira el mismo sentimiento de piedad y lástima, que inspirara a su tío Bilbo años atrás, por esa miserable criatura devorada por el Anillo. Finalmente es domado y acepta actuar de guía, donde Frodo se fía bastante más de él que Sam. Llegados a la Puerta Negra de Mordor, Gollum aconseja tomar otra ruta, más segura, aunque más secreta, para entrar en el país negro. Cruzan las hermosas tierras de Ithilien, cuyas descripciones son maravillosas, territorio disputado entre Mordor y Gondor, pero aún no deformado por el mal de Sauron. Allí topan con Faramir, hermano del fallecido Boromir, que resiste la tentación de coger el Anillo, dejándolos atravesar Ithilien, pero advirtiéndoles que Gollum no es de fiar, pues quiere llevarlos por el camino de Cirith Ungol, un camino de peligro mortal del que Gollum ha dicho menos de lo que sabe.
Mientras van de camino, y toman turnos para dormir, en una ocasión Sam se descuida, dejando que Frodo duerma plácidamente en su regazo. Gollum, que había ido en busca de comida, los ve y se acerca, y suavemente acaricia a Frodo. Por unos momentos, los recuerdos de su anterior vida como hobbit, antes del trágico hallazgo del Anillo, le hacen estar al borde del arrepentimiento. Es una escena particularmente entrañable, por los gestos y las miradas silenciosas Por desgracia Sam es despertado, y, desconfiado, asusta a Gollum, que vuelve a su actual estado desolador. Hay una plegaria eucarística (Plegaria V/B) que refleja de alguna manera esta escena: "Danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana, inspíranos el gesto y la palabra oportuna frente al hermano solo y desamparado". Pasan por la ciudad fantasmal de Minas Morgul, donde el Señor de los Espectros del Anillo, montado ya no en corcel, sino en una negra bestia alada, capitanea las hordas de Sauron, para su inminente asalto a la ciudad de Minas Tirith, ciudad principal del Reino de Gondor. Ante la aparición ominosa del Señor de los Nâzgul, Frodo siente la tentación de ponerse el Anillo, que le descubriría al Espectro, pero dirige su mano hacia el frasco de la luz de la estrella de Ëarendil, dado a él por Galadriel, y resiste. Y esto para infundirnos ánimo a que nos agarremos a las mediaciones de gracia que Dios nos da, por medio de sus signos de salvación, que son los sacramentos, y también, a que seamos muy propensos a acudir a la Virgen María para pedir su intercesión.
Por fin Gollum los lleva por una escalera montañosa muy sinuosa hasta la entrada de un largo y ominoso túnel. Allí dentro traiciona a Frodo y Sam, dejándoles a merced de la terrible Ella-Laraña, una gigantesca araña, que alcanza picar a Frodo, pero que es herida en una terrible lucha con el valiente Sam. Éste, enfadado por la traición de Gollum, abraza desconsoladoramente a su querido amo, creyendo que está muerto, y opta, después de pesar las decisiones tan difíciles a tomar, por continuar la imposible Misión solo, por puro amor a Frodo. Éste es uno de los grandes momentos para destacar la inquebrantable y conmovedora lealtad de amistad que Sam siente por su amo. Le quita el Anillo de la cadena que cuelga sobre el cuello de Frodo, y se aparta pues oye los ruidos de una tropa de orcos que patrullan la zona. Escondido, oye los comentarios de los orcos de que Frodo no está muerto, sino sólo envenenado, y después lo llevan como prisionero a la Torre de Cirith Ungol. Sam se dice a sí mismo una frase muy iluminadora: "Imbécil, no está muerto, y tu corazón lo sabía. No confíes de tu cabeza, Samsagaz, no es lo mejor que tienes. Lo que pasa contigo es que nunca tuviste en realidad ninguna esperanza. Y ahora, ¿qué te queda por hacer?" Muy destacable este pensamiento, pues nos alecciona a que no formemos una decisión resueltamente, ni nos dejemos fácilmente engañar, por las meras apariencias: que a veces las cosas no son en realidad como parecen; no hemos de ser superficiales en nuestra estimación de las posibilidades, a pesar de lo que nos parecen, porque es una equivocación vivir sin esperanza. Siempre hay esperanza, porque siempre hay posibilidades, aunque desconocidas para nosotros, ya que la Providencia de Dios cuida de nosotros.
El Retorno del Rey, tercera parte del libro, abre con Gandalf y Pippin a galope tendido a Minas Tirith, ciudad principal del Reino de Gondor, para avisar del ataque inminente de las fuerzas del Señor Oscuro. Denethor II, el padre de Boromir y Faramir, es el Senescal de Gondor, y está destrozado por haber tenido las noticias nefastas de la muerte de su querido Boromir, a quien prefería sobre su hijo menor, Faramir. Es que lo había enviado al Concilio de Elrond para averiguar acerca del Anillo Único que supuestamente había sido encontrado, pues quería llevárselo a Minas Tirith, para alejar el Anillo de Sauron. Denethor, siendo un hombre noble pero orgulloso, cae en el fatal error de querer combatir al Señor Oscuro con sus mismas armas. Este error hizo que Boromir cayera en la misma trampa. Hay una pugna entre Gandalf y Denethor, que tiene unas resonancias en la pugna histórica entre Iglesia y Estado; a saber, a Denethor sólo le preocupa el bien de Gondor, su interés es nacional, pero no se muestra muy solidario con los demás pueblos de la Tierra Media. Mientras que Gandalf ostenta unos atributos propios del Papado Romano, en el hecho de que no pertenece a ninguna nación y, en un sentido literal, es el indiscutible líder de todos los pueblos libres y fieles. Y esto es así porque siendo un mago sabio, (como los sabios Reyes Magos), su poder es "mágico" antes que temporal, al igual que el del Papa es "sacramental". Como muy agudamente dice Charles A. Coulombe en un ensayo: "A la afirmación [de Denethor] de que «no hay en el mundo en que hoy vivimos una meta más alta que el bien de Gondor», Gandalf replica: «Yo no gobierno en ningún reino, ni en el de Gondor ni en ningún otro, grande o pequeño. Pero me preocupan todas las cosas de valor que hoy peligran en el mundo… Pues también yo soy un senescal». Así podría haber hablado Bonifacio VIII a Felipe el Hermoso, San Gregorio VII a Enrique IV o Inocencio III al rey Juan". Y dicho sea, creo que así también ha hablado siempre nuestro buen Santo Padre, el Papa Juan Pablo II, en sus numerosísimos viajes apostólicos, en sus conversaciones y discursos a los investidos en autoridad.
Y a propósito de la visión católica del mundo, hemos de comprender que es, esencialmente, sacramental. En el corazón creyente de un católico, la misma vida es como una serie de milagros concatenados, signos o símbolos de la Providencia, cuya máxima expresión es Jesucristo en su Misterio Pascual: el Santísimo Sacramento del altar. Si el Hijo de Dios podría hacerse presente en el altar, por medio de unas palabras sagradas y unos gestos, no es para nada difícil pensar en magos, elfos, o en el cambio de las estaciones. Los críticos que no comprenden la estructura sacramental de la Iglesia, han visto a los sacramentos como "pura magia", de ahí que la frase hocus pocus (=abracadabra) es una burla de las palabras empleadas en latín para consagrar el pan eucarístico: Hoc est Corpus meum (Esto es mi Cuerpo). Puede muy bien decirse que el efecto de la magia, empleada por los sabios magos o elfos, como cauce, e incluso causa, del bien, es en El Señor de los Anillos, el mismo que el de los sacramentos en la vida del católico devoto. Santo Tomás de Aquino, en su oración para después de la Comunión, pide que el Santísimo Sacramento sea "una fuerte defensa contra los lazos de los enemigos, visibles e invisibles". Y San Buenaventura lo expresa así: "fuente de vida, fuente de sabiduría y conocimiento, fuente de luz eterna". Dicho de otra manera, así como los sacramentos son los cauces de la Gracia en el mundo católico, así es la magia, usada por los sabios, el cauce de la Gracia en la Tierra Media.
Aragorn, heredero legítimo de Elendil e Isildur, con Legolas y Gimli, se adentran en el Paso de los Muertos para invocar a los que antaño habían jurado aliarse con Isildur, pero que se negaran, por lo quedaron condenados a vagar en una especie de purgatorio, hasta que prestaran alianza a su heredero que luego pudiese liberarles. Es parecido a Cristo que desciende al "lugar de los muertos" para liberar a los allí moraban. Mientras tanto, los Jinetes de Rohan, con el Rey Théoden a la cabeza, cabalgan hacia la sitiada ciudad de Minas Tirith a prestar auxilio. Éowyn, sobrina de Théoden, disfrazada de jinete, lleva a Merry, pues ambos quieren luchar también por los que aman. Éowyn es figura de las "mujeres fuertes" de la Sagrada Escritura, como Esther, Judit y Rut: audaces, valientes, determinadas e ingeniosas defensoras de sus pueblos en peligro. Pippin se hace servidor del Senescal de Gondor. Denethor revela que ha escrutado (indebidamente) un palántir, (una piedra vidente que se utilizaban para comunicarse sobre grandes distancias antiguamente), y ha visto solamente parte de toda la verdad que Sauron le ha permitido ver: los enormes ejércitos que estaban a punto de tomar y destruir la ciudad y al Reino de Gondor. Como los Jinetes de Théoden demoraban en llegar, Denethor cometió el terrible pecado de desesperar de la salvación. Y cuando regresa malherido su hijo Faramir, la desesperación le hace perder la cabeza, e intenta quemarse vivo con su hijo, aún vivo. Pippin intenta parar aquella locura, pero no puede, y va en busca de Gandalf, que está dirigiendo las defensas de la ciudad. Al enterarse de esta pésima noticia, Gandalf lamenta: "Hasta en el corazón de nuestra fortaleza tiene el Enemigo armas para golpearnos: porque esto es obra del poder de su voluntad". Es decir, hasta donde nos creemos más fuertes, protegidos y seguros de nosotros mismos, también puede el Mal darnos una dura zancadilla. Faramir al fin puede ser rescatado, pero Denethor se inmola en la llama viva. La tragedia de Denethor es francamente triste: él no fue capaz de creer en otras posibilidades. Creía que era una locura que dos pequeños e indefensos hobbits llevasen el Anillo a Mordor, y al creer que ningún pueblo aliado vendría en ayuda y verse con pocas defensas, hizo caso a las medias-verdades de Sauron y desesperó. Gandalf había advertido a los suyos —y que es una magnífica lección para nosotros— que sólo puede desesperar aquel que sabe, más allá de toda duda, el desenlace final, pero "nosotros no podemos desesperar, porque no podemos saber todas las posibilidades, por lo que el desenlace final es incierto"; es una fuerte llamada a esperar, como Abrahán, contra toda esperanza.
Minas Tirith vive una situación desesperada de sitio, los incontables ejércitos de Sauron atacando ferozmente, los Nâzgul alados aterrorizando con gritos que hielan la sangre e infunden desesperación. ¡Por fin llegan los Jinetes de Rohan! Théoden es atacado por el Señor de los Nâzgul y muere, pero Éowyn y Merry muestran su valor al matar al mismísimo Señor de los Espectros. Aragorn y sus tropas también llegan y la gran batalla en los Campos del Pelennor alivia el sitio de Minas Tirith. Éowyn, Merry y Faramir son llevados a las Casas de Curación donde Aragorn da una muestra más de su realeza: las manos de un rey son manos que curan. Aragorn es una figura mesiánica, así como Cristo, Rey del Universo, muestra su misericordia, entre otras maneras, cuando sana a los enfermos, cuyos relatos leemos en los Evangelios. Una última deliberación entre Gandalf, Aragorn y compañía, deciden enfrentarse a Sauron a las mismas puertas de entrada a Mordor, y no ceden ante la desconsoladora evidencia de restos de la ropa de Frodo (cuando fue capturado en la Torre de Cirith Ungol) mostrados en manos de un siervo de Sauron. Puesto que sus tropas son insuficientes y están debilitadas, no tienen esperanza de ganar por la fuerza, no obstante siguen adelante contra toda esperanza para desviar la atención del Ojo de Sauron de otro movimiento dentro de su tierra negra: el de Frodo y Sam acercándose al Monte del Destino para arrojar el Anillo…
En narración paralela, el valiente y fiel Sam rescata a Frodo de las torturas de las que fue objeto su amo a merced de los orcos en la Torre de Cirith Ungol. La escena del rescate es conmovedora. Completamente agotados por todo lo que han pasado, con sed, luchando con la tierra absolutamente inhóspita de Mordor, con el Anillo que es cada vez más pesado e insoportable, Frodo y Sam van acercándose agónicamente a las Grietas del Destino. Podemos ver en el personaje de Frodo una figura del Siervo Doliente del Señor (Isaías) y, por tanto, figura de Cristo, pues como Cristo, Frodo entra en el corazón del reino enemigo para así destruirlo. Contemplamos el sacrifico voluntario de Frodo, aun hasta la muerte si fuera necesario, para que otros puedan vivir. Aunque no lo haya querido, lleva voluntariamente el peso del Anillo, como Cristo lleva voluntariamente el peso de la cruz. Y lo que más pesa a Frodo no es tanto el Anillo cuanto el peso insoportable de la malicia del Ojo de Sauron, así como lo que a Cristo le pesa no es tanto la cruz material, cuanto el peso de la malicia de nuestros pecados. Creo que eso precisamente lo vamos a ver con meridiana claridad en la película La Pasión de Cristo de Mel Gibson esta Semana Santa. El Señor Oscuro, con toda su malicia, tienta a los personajes a que se pongan el Anillo, para así encontrarlos y atraparlos. Así como Cristo resiste las tentaciones del diablo para que lo adore y gane así el dominio de todos los reinos de la tierra, enseñándonos cómo sofocar la fuerza del pecado, Frodo, advertido por Gandalf, conoce que utilizar el mal, incluso en la lucha contra el mal, es caer bajo la esclavitud del mal. Esto es un reflejo de la perspectiva cristiana de que el fin no justifica los medios. Incluso Sam, al contemplar la desolación de Mordor, siente la tentación de usar el Anillo para acabar con el Señor Oscuro y convertir aquellas tierras inhóspitas en un gran jardín, pues es lo más le gusta a Sam, como buen hobbit de la Comarca que es. Pero gracias a su sentido común, sensatez y entereza moral, sale airoso de la prueba. Tolkien nos advierte que la táctica del Mal es "entrar con lo nuestro, para salir con lo suyo"—de ahí su insidioso peligro. Gollum, que en varias ocasiones en que ha hecho peligrar la Misión por su codicia del Anillo, pudiendo haber sido matado por Frodo, de no ser por su piedad y misericordia, aún se obsesiona por arrebatar el Anillo. En estos momentos Gollum parece ya irredimible. Pero surge otra ocasión, aquí al final, en que "merece" ser eliminado, con criterios meramente humanos, pero ahora es Sam—que nunca se fiaba de Gollum—quien no es capaz de matar a aquella miserable criatura.
En un momento crítico, Frodo cae por agotamiento físico, moral y espiritual. Sam reconoce que la carga del Anillo la tiene que llevar Frodo, pues es él a quien la Misión ha sido encomendada. Que cada uno tiene que cargar con lo suyo. Pero eso no quiere decir que no haya nadie que nos pueda ayudar a llevar nuestras cargas, como tampoco Cristo estuvo completamente solo mientras cargaba con su cruz. Sam es figura de Simón el Cirineo, aunque incluso algo más sublime, porque levanta a Frodo con Anillo y todo, y lo lleva a cuestas por la ladera del Monte del Destino, pero, curiosamente, la carga para Sam no le resultaba demasiado pesada. Cristo mismo nos ha prometido que quien cargue con su yugo, sobre todo por amor, verá que su carga es ligera. Se acercan al momento decisivo de arrojar el Anillo en el abismo de fuego donde fue forjado. Llegado la hora de la prueba máxima, ¡Frodo es incapaz de arrojar el Anillo! "No he decidido hacer* lo que he venido a hacer. ¡El Anillo es mío! (I do not choose to do what I have come to do. The Ring is mine!) (*vs. He decidido no hacer… I do not choose to do…)". Frodo reclama el Anillo para sí, haciéndose invisible, ante la mirada horrorizada e impotente de Sam. El Señor Oscuro advierte su mortal peligro al descubrir a Frodo, desesperadamente llama a sus Espectros, que están luchando contra la alianza de Aragorn y Gandalf frente a la Puerta Negra, y éstos vuelan a velocidad del viento hacia el Monte del Destino.
Es, sin duda alguna, el toque más brillante y magistral de Tolkien que Gollum (que Gandalf había presagiado tendría un papel que jugar aún en todo esto), aún más esclavizado por el Anillo que Frodo, se pelee con Frodo, arrancándole de un brutal mordisco el dedo, arrebatándole el Anillo, y en su delirio, dé un mal paso y caiga por el precipicio en el abismo de fuego. En su momento Frodo había salvado a Gollum del mal del Anillo, perdonándole la vida, y ahora es Gollum que, a pesar suyo, salva a Frodo del mal del Anillo, perdonándole su vida. Porque es una gran verdad, ciertamente, lo que canta el salmo 50: un corazón quebrantado y humillado, no lo desprecia el Señor. Un lucidísimo comentario de esta escena lo tenemos en Stratford Caldecott: "Al borde mismo del éxito, adonde lo ha llevado su voluntad, el Portador del Anillo renuncia a su Búsqueda y reclama el Anillo para sí. Su libertad para arrojarlo al fuego ha sido minimizada por la tarea de llevarlo hasta el Monte del Destino. Lo que finalmente lo salva, es en apariencia un accidente, en realidad la consecuencia directa de su anterior (y más libre) decisión de salvar la vida de Gollum, un acto de pura compasión. Por tanto, en cierto modo no es Frodo quien salva la Tierra Media, y mucho menos Gollum, que le arranca el Anillo de un mordisco y al hacerlo se precipita en el fuego. Tampoco es Sam, que ha aprendido la compasión de Frodo y sin el cual éste nunca habría alcanzado el Monte del Destino. El Salvador de la Tierra Media es Aquel que actúa a través del amor y la libertad de sus criaturas, que perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a lo que nos ofenden, utilizando incluso nuestros errores y los designios del Enemigo para causarnos bien. El final de El Señor de los Anillos es un triunfo de la Providencia sobre el Destino, pero también el triunfo de la Misericordia, en la cual el libre albedrío, auxiliado por la gracia, es plenamente vindicado". En términos cristianos, es una plegaria por la perseverancia en el bien obrar hasta el final, a que no sobreestimemos nuestra parte en la historia, y a que nos demos cuenta de que las cosas pequeñas pueden muy bien ejercer un impacto grande en el esquema general de las cosas. Es además una escenificación dramática del Padre nuestro: "perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. No nos dejes caer en la tentación, y líbranos del Mal". "Si no hubiera sido por él, [Gollum], Sam, yo no habría podido destruir el Anillo. Y el amargo viaje habría sido en vano, justo al fin. ¡Entonces, perdonémoslo! Pues la Misión ha sido cumplida, y todo ha terminado (cfr. Todo se ha cumplido ). Me hace feliz que estés aquí conmigo. Aquí al final de todas las cosas, Sam". Sauron es aniquilado, su fortaleza-torre de Barâd-dur se desploma, sus huestes se dispersan. El cataclismo en torno al Monte del Destino es tal que Frodo y Sam no esperan sobrevivir. Pero finalmente con la ayuda de las grandes águilas, son rescatados por Gandalf.
Para este "inesperado" final feliz —aunque en realidad no es el final, pues las grandes historias, nunca terminan, como veremos— Tolkien acuñó un término —eucatástrofe— para describirlo. (Referencia a una carta suya en la que relata la inspirada predicación de su párroco sobre un niño cuyos padres habían ido a llevarle al Santuario de Lourdes, y que fue curado milagrosamente en el viaje de tren de vuelta). Se trata, pues, de un giro completamente inesperado en los momentos más oscuros y desesperados, con el que no debe contarse otra vez, siendo un destello de la victoria definitiva del mal, que hacen saltar las lágrimas. De este modo lo expresó Tolkien en un ensayo importante sobre la literatura: "El nacimiento de Cristo es la eucatástrofe de la historia del Hombre. La Resurrección es la eucatástrofe de la historia de la Encarnación. Una historia que comienza y finaliza en gozo". Tolkien creía que esto era precisamente lo que un verdadero "cuento de hadas" debía reflejar. Es asimismo una apuesta decidida, como leemos en los Evangelios de que los últimos serán los primeros, por ensalzar a los humildes en la persona de los hobbits, sobre las potencias y potestades del mundo, pues hasta el más pequeño puede cambiar el curso del futuro. Aragorn es coronado por Gandalf y la paz que trae a su reino —"porque has asumido el gran poder, y comenzaste a reinar" (Ap 11, 17)— evoca la figura de Carlomagno, restaurador del Imperio, y al ser comparado con un árbol o retoño, prefigura un predecesor de Cristo, como lo es el Rey David. El florecimiento del Árbol Blanco de la ciudad de Minas Tirith es señal de tranquilidad para el reinado de Aragorn, presagia los siglos cristianos y es una señal de la victoria definitiva (escatológica) sobre el Mal.
La Biblia comienza con un jardín en el que se encuentra el árbol de la vida, y concluye con ese mismo árbol en la ciudad santa de la Nueva Jerusalén, la ciudad celestial. El emblema del estandarte de Gondor es, significativamente, un árbol rodeado de siete estrellas: figura de las siete estrellas que son los siete ángeles de las siete iglesias del libro del Apocalipsis. La ciudad de Minas Tirith simboliza la Iglesia militante que lucha en este mundo, y que presagia la hermosura de la Nueva Jerusalén celeste, como leemos en el Apocalipsis (22, 12-14): El Señor dice: "Estoy a punto de llegar con mi recompensa y voy a dar a cada uno según sus obras. Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin. ¡Dichosos los que lavan sus vestidos para tener derecho al árbol de la vida y poder entrar en la ciudad por sus puertas!"
El desenlace de El Señor de los Anillos después de la destrucción del Anillo tiene otro clímax en la progresiva purificación de la Tierra Media. Hay numerosas separaciones y la despedida de Bárbol es muy significativa: "Es triste que sólo ahora, al final, hayamos vuelto a vernos. Porque el mundo está cambiando: lo siento en el agua, lo siento en la tierra, lo huelo en el aire. No creo que nos encontremos de nuevo… Pero Galadriel dijo: No en la Tierra Media… [pero] quizá volvamos a encontrarnos… en la primavera. ¡Adiós!" Los miembros de la Comunidad del Anillo se separan: Gandalf se queda para ayudar en los comienzos del reinado de Aragorn, que se casa con el amor de su vida, con la princesa élfica Arwen, que voluntariamente renuncia a su vida inmortal para asumir una vida mortal; Legolas y Gimli se hacen cada vez más amigos, cuando tradicionalmente los Elfos y los Enanos tenían sus diferencias; Faramir, ahora príncipe de Ithilien, se casa con Éowyn, cuyo hermano Éomer sucede a Théoden como Rey de Rohan; y los Hobbits regresan a la Comarca. Pero el realismo de la Tierra Media muestra que, como en la vida misma, las cosas no pueden volver a ser como eran, los acontecimientos traumáticos y el paso del tiempo afectan y cambian las cosas y las personas, al igual que el pecado de Adán y Eva hace imposible un mundo antes de la Caída. Ni siquiera la Comarca es la misma, ni muchos menos Frodo, Sam, Merry y Pippin. Eso sí, Sam se casa con el amor de su vida: Rosie Coto. La Comarca tiene que ser saneada porque Saruman el mago no-tan-sabio, habiendo escapado de los Ents, ha querido hacer de las suyas e instaurar un régimen dictatorial que los hobbits tienen que prevenir con una revuelta.
Dos años y medio después de estos acontecimientos, Frodo siente cada vez más que ha sufrido demasiadas heridas demasiado profundas —la espada del Señor de los Nâzgul, la picadura de Ella-Laraña y el dedo arrancado, aparte de haber cargado con el peso del Anillo— que no puede quedar más en la Tierra Media. Que no hay vuelta posible a una situación anterior, porque hay cosas que ni siquiera el tiempo puede curar del todo. Con su tío Bilbo, ahora muy envejecido, se dispone a embarcarse en un navío desde los Puertos Grises, con los demás Portadores de Anillos—los Elfos Elrond, Galadriel, y con Gandalf, a las Tierras Imperecederas de Oeste, el Reino Bendecido de los Elfos. "¿A dónde va usted mi amo? —gritó Sam… A los Puertos, Sam —dijo Frodo. —Y yo no puedo ir. —No, Sam. No todavía, en todo caso… También a ti te llegará la hora… No te entristezcas, Sam. No siempre podrás estar partido en dos. Necesitarás sentirte sano y entero por muchos años. Tienes tantas cosas de que disfrutar, tanto que vivir y tanto que hacer. —Pero —dijo Sam, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas—, yo creía que también usted iba a disfrutar de la Comarca, años y años, después de todo lo que ha hecho. —También yo lo creía, en un tiempo. Pero he sufrido heridas demasiado profundas, Sam. Intenté salvar a la Comarca, y la he salvado, pero no para mí. Así suele ocurrir, Sam, cuando las cosas están en peligro: alguien tiene que renunciar a ellas, perderlas, para que otros las conserven". *(Referencia a Stª Bernadette de Lourdes). Ya en los Puertos Grises, ante Sam, Merry y Pippin —todos ellos con lágrimas— Gandalf no nos dice a que no lloremos, pues no todas las lágrimas son amargas. ¡Ciertamente! En este sentido, recuerdo un día de clase en el Seminario, el profesor nos comentó que muchos jóvenes andaban aturdidos por los ruidos en sus vidas, porque lloraban poco… Frodo besa entonces a Merry, Pippin y a Sam, y sube abordo. "Y fueron izadas las velas, y el viento sopló, y la nave se deslizó lentamente …internándose en la Alta Mar rumbo a Oeste, hasta que por fin en una noche de lluvia, Frodo sintió en el aire una fragancia y oyó cantos que llegaban sobre las aguas; y le pareció que… la cortina de lluvia gris se transformaba en plata y cristal, y que el velo se abría y ante él unas playas blancas, y más allá un país lejano y verde a la luz de un rápido amanecer". La escena evoca el libro del Apocalipsis: "¿Quiénes son éstos, vestidos de blanco, y de dónde han venido? Son los que vienen de la gran tribulación, y han blanqueado sus vestiduras en la Sangre del Cordero". Para Sam, Merry y Pippin, que quedan atrás —como nosotros— contemplando cómo el barco desaparece por el horizonte, la sensación de exilio es intensa. Se quedaron "hasta bien entrada la noche, de pie, sin oír nada más que el suspiro y el murmullo de las olas sobre las playas de la Tierra Media, y aquel sonido les traspasó el corazón… y no hablaban". Sam al fin regresa a su familia en la Comarca y le esperan su esposa, Rosie, y Elanor, la primera de unos cuantos hijos e hijas. Y suspira: "Bueno, estoy de vuelta…"
Aunque El Señor de los Anillos termina con el eco de los ángeles (Ainur) evocando el exilio del hombre de la plenitud del amor, de la verdad y de la vida, más allá de la muerte, Tolkien añade un apéndice (Apéndice A, Un fragmento de la historia de Aragorn y Arwen…) que concluye con la impresión de que el regreso a nuestro verdadero hogar aguarda a aquellos que aceptan, aunque sea un "don amargo", como Aragorn y Arwen, el "don de la muerte". La muerte, como divino "castigo" por el pecado, es también un divino "don" si se acepta, pues su objetivo es la bendición final, que produce un mayor bien no alcanzable de otro modo. Esta "bendición final", que podría interpretarse como una suerte de muerte para Frodo, en realidad no lo es, pues recordad que el "don de la muerte" no era el final de la vida en los planes del Creador, sino paradójicamente su transformación en plenitud. Así lo canta un prefacio de la liturgia de Difuntos (Prefacio I): "…la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma…" Gracias al corazón creyente de Tolkien, El Señor de los Anillos nos asegura que "el último enemigo aniquilado será la muerte" (I Cor 15, 26), por lo que no busquemos la felicidad plena en el misterio del tiempo, sino en la eternidad… Así se lo dice Aragorn a Arwen antes de dormirse en la muerte: "Así parece [que la muerte es un don amargo]. Pero no nos dejemos abatir en la prueba final, nosotros que antaño renunciamos a la Sombra y al Anillo [el Diablo y al Pecado]. Con tristeza hemos de separarnos, mas no con desesperación. ¡Mira! No estamos sujetos para siempre a los confines del mundo, y del otro lado, hay algo más que recuerdos. ¡Adios!"

Conclusión

¿Por qué la muerte es un "don" divino para los hombres mortales? ¡Porque Dios-Ilúvatar sabe que siglos después, su Hijo Jesucristo ofrecerá su propia muerte en cruz como don —para reparar el "castigo" de la muerte a causa del pecado de origen, ofrecerá su muerte como don de vida eterna— para nosotros! Así lo canta la liturgia de la Iglesia en Tiempo de Pascua (Prefacio I): "Muriendo destruyó nuestra muerte, y resucitando restauró la vida…" Así vivió Tolkien como católico convencido —y agradecido— de esta gran Buena Noticia. Incluso cuando tuvo que sufrir otra "pérdida irrecuperable" con la muerte de su querida Edith en 1971. Particularmente en sus últimos años, en aquella comarca tranquila, siempre paseando entre los árboles, siempre atento al susurro y al murmullo de las olas sobre las playas de la Tierra Media. Como dice el Evangelio, "de la abundancia del corazón, habla la boca…" y escribe la mano. No pudo menos que escribírnoslo de manera épica y conmovedora, antes de zarpar. No me cabe la más mínima duda de que cuando le llegó la hora de su propia muerte a los 81 años de edad, en aquel "rápido amanecer" —como lo fue también para Frodo— del 2 de septiembre de 1973, Domingo, día del Señor, día de nuestra alegría y nuestro gozo, Tolkien llegara a experimentar personalmente las palabras del salmo 62: "Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo… para contemplar tu fuerza y tu gloria…"
El tiempo se nos acaba, pero porque se nos convertirá en eternidad. ¿Qué hacer con el tiempo que Dios nos ha concedido? Vamos peregrinando hacia la ciudad eterna, hacia una alegría más allá de nuestras lágrimas, a gozar de la Comunión de los Santos en la Nueva Jerusalén. A buen seguro, Tolkien ya esté allí. Pues bien sabía él lo de San Pablo (I Cor 2, 9): "Ni ojo vio, ni oído oyó, ni vino a la mente del hombre, [¡ni tan siquiera la mente prodigiosa de Tolkien!] lo que Dios tiene preparado para quienes le aman". Que sea así para nosotros también, por las entrañas de misericordia de nuestro Dios…






Tomado del Blog de Cruzamante