viernes, 19 de septiembre de 2008

J.R.R. Tolkien: resumen de su mitología, de una carta a Milton Waldman (1951): Parte 3.

Carta de J. R. R. Tolkien a Milton Waldman
Un resumen "autorizado" de la mitología de El Silmarillion y el Señor de los Anillos

La Primera Edad


Los ciclos empiezan con un mito cosmogónico: la Música de los Ainur. Se revelan Dios y los Valar. Éstos son, como si dijéramos, poderes angélicos cuya función consiste en ejercer la autoridad en sus esferas (de regencia y gobierno, no de creación, hechura o rehechura). Son «divinos», es decir, estaban originalmente «fuera» y existían «antes de» la creación del mundo. Su poder y sabiduría derivan del Conocimiento que tienen del drama cosmogónico, que percibieron al principio como drama (es decir, como percibimos una historia hecha por algún otro) y luego como «realidad». Desde el punto de vista de la mera narración, por supuesto, esto tiene por fin procurar seres del mismo orden de belleza, poder y majestad que los «dioses» de la más alta mitología, que pueda todavía ser aceptada... bueno, diremos sin mucha precisión, por una mente que cree en la Santísima Trinidad.

La narración avanza luego velozmente a la Historia de los Elfos o el Silmarillion propiamente dicho; al mundo tal como lo percibimos, pero, por supuesto, transfigurado de un modo aún semimítico: vale decir, trata de criaturas racionales encarnadas de estatura más o menos comparable con la nuestra. El conocimiento del Drama de la Creación era incompleto: incompleto por parte de cada uno de los «dioses» individuales e incompleto aunque el conocimiento del panteón entero se amalgamara. Puesto que el Creador (en parte para dar nueva dirección al mal provocado por Melkor, el rebelde; en parte para el acabado de todo con fineza de detalle) no lo había revelado todo. La hechura y la naturaleza de los Hijos de Dios eran los dos principales secretos. Todo lo que los dioses sabían era que vendrían en el momento designado. Los Hijos de Dios, pues, están primordialmente relacionados y emparentados, y primordialmente son diferentes. Dado que también son algo del todo «otros» que los dioses, en cuya hechura éstos no tuvieron parte alguna, son objeto del deseo y el amor especiales de los dioses. Ellos son los Primeros Nacidos, los Elfos, y los Seguidores, los Hombres. El destino de los Elfos es ser inmortales, amar la belleza del mundo, llevarla a pleno florecimiento mediante sus dones de delicadeza y perfección, durar mientras ella dura, no abandonarla nunca ni aun cuando se los «mata», sino retornar; y, sin embargo, cuando los Seguidores llegan, enseñarles, abrirles camino, «desvanecerse» a medida que los Seguidores crecen y absorben la vida de la que ambos proceden. El destino (o Don) de los Hombres es la mortalidad, la libertad de los círculos del mundo. Como el punto de vista del ciclo entero es el élfico, la mortalidad no se explica en mitos: es un misterio guardado por Dios, del que nada más se sabe que «lo que Dios ha propuesto para los Hombres permanece oculto»: motivo de dolor y de envidia para los Elfos inmortales.

Como digo, el Silmarillion es peculiar y difiere de todas las cosas similares que conozco, en cuanto no es antropocéntrico. Su centro de visión y de interés no son los Hombres, sino los «Elfos». Los Hombres intervinieron de manera inevitable: después de todo, el autor es un hombre, y si ha de tener una audiencia, se constituirá de Hombres, y los Hombres deben incluirse en nuestros cuentos como tales, y no meramente transfigurados o parcialmente representados como Elfos, Enanos, Hobbits, etcétera. Pero permanecen como periféricos: venidos tardíamente, y aunque van cobrando mayor importancia, no son los principales.

En la cosmogonía hay una caída: una caída de Ángeles, deberíamos decir. Aunque, por supuesto, muy distinta en cuanto a la forma de la del mito cristiano. Estos cuentos son «nuevos», no derivan en forma directa de otros mitos y leyendas, pero inevitablemente deben contener en gran medida motivos o elementos antiguos ampliamente difundidos. Después de todo, creo que las leyendas y los mitos encierran no poco de «verdad»; por cierto, presentan aspectos de ella que sólo pueden captarse de ese modo; y hace ya mucho se descubrieron ciertas verdades y modos de esta especie que deben siempre reaparecer. No puede haber ningún «cuento» sin caída -todos los cuentos son en última instancia acerca de la caída-, cuando menos, no para las mentes humanas tal como las conocemos y las tenemos.

Así pues, prosiguiendo, los Elfos tienen una caída antes de que su «historia» pueda volverse histórica. (La primera caída del Hombre, por las razones explicadas, no se registra en parte alguna; los Hombres no aparecen en escena hasta mucho después de que eso haya sucedido, y sólo se rumorea que, por algún tiempo, cayeron bajo el dominio del Enemigo, y que algunos se arrepintieron de ello.) El cuerpo principal del cuento, el Silmarillion propiamente dicho, trata de la caída de los más dotados de entre los Elfos; su exilio de Valinor (una especie de Paraíso, el hogar de los Dioses) en el lejano Oeste; su reentrada en la Tierra Media, la tierra de su nacimiento, desde largo tiempo bajo la égida del Enemigo, y su lucha con él, el poder del Mal todavía visiblemente encarnado. Recibe su nombre porque los acontecimientos se entretejen todos de acuerdo con el destino y la significación de los Silmarilli («radiación de luz pura») o joyas Primordiales. La función subcreadora de los Elfos se simboliza principalmente por la hechura de gemas, pero los Silmarilli eran algo más que meros objetos de belleza como tales. Había la Luz. Había la Luz de Valinor, hecha visible en los Dos Árboles de Plata y de Oro.[nota 5] Éstos recibieron la muerte por acción maliciosa del Enemigo, y Valinor quedó a oscuras, aunque de ellos, antes de morir por completo, derivan las luces del Sol y de la Luna. (Hay aquí una pronunciada diferencia entre estas leyendas y la mayor parte de las demás, pues el Sol no constituye un símbolo divino, sino algo segundo en excelencia, y la «luz del Sol» -el mundo bajo el sol- se convierte en condición de un mundo caído y fuente de una dislocada visión imperfecta.)

Pero el principal artífice de entre los Elfos (Fëanor) había encerrado la Luz de Valinor en tres joyas supremas, los Silmarilli, antes de que los Árboles fueran mancillados o muertos. Esta Luz vivió así, en adelante, sólo en estas gemas. La caída de los Elfos se produce por la actitud posesiva de Fëanor y sus hijos en relación con estas gemas. El Enemigo se apodera de ellas, las engarza en su Corona de Hierro y las guarda en su fortaleza impenetrable. Los hijos de Fëanor hacen un voto terrible y blasfemo de enemistad y venganza contra cualquiera, aun contra los dioses, que clamen derecho de posesión sobre los Silmarilli. Pervierten a la mayor parte de sus parientes, que se rebelan contra los dioses, abandonan el paraíso y parten a una guerra sin esperanzas contra el Enemigo. El primer fruto de su caída es la guerra en el Paraíso, la matanza de Elfos por Elfos; y esto y su maligno voto tiñen todos sus posteriores heroísmos, generando traiciones y malogrando todas las victorias. El Silmarillion es la historia de la Guerra de los Elfos Exiliados contra el Enemigo, que tiene lugar en el noroeste del mundo (la Tierra Media). En ella se incluyen varios cuentos de victoria y tragedia; pero termina en la catástrofe y el final del Mundo Antiguo, el mundo de la larga Primera Edad. Las joyas son recobradas (por la final intervención de los dioses) sólo para ser definitivamente perdidas por los Elfos: una en el mar, otra en las profundidades de la tierra y la última para convertirse en una estrella del cielo. Este legendarium acaba con una visión del fin del mundo, su rotura y reconstrucción y la recuperación de los Silmarilli y la «luz antes del Sol», después de una batalla final que, supongo, más debe a la visión escandinava de Ragnarök, que a ninguna otra cosa, aunque no se parece mucho a ella.

A medida que los cuentos se van volviendo menos míticos y más parecidos a los cuentos y las novelas, los Hombres se integran en ellos. En su mayoría son «Hombres buenos»: familias y sus jefes que, rechazando el servicio del Mal y oyendo rumores de los Dioses del Oeste y de los Altos Elfos, huyen hacia el occidente y entran en contacto con los Elfos Exiliados en medio de su guerra. Los Hombres que aparecen pertenecen sobre todo a los de las Tres Casas de sus Padres, cuyos capitanes se vuelven aliados de los Señores de los Elfos. El contacto de los Hombres con los Elfos prefigura ya la historia de las Edades posteriores, y un tema recurrente es la idea de que en los Hombres (tal como son ahora) hay una partícula de «sangre» o herencia proveniente de los Elfos, y que el arte y la poesía de los Hombres dependen en gran parte de ella, o es ella la que las modifica.[nota 6] Hay así dos matrimonios de mortales con elfos, que se unen posteriormente en la parentela de Earendil, representada por Elrond, el Medio Elfo que aparece en todas las historias, aun en El Hobbit. La principal de las historias del Silmarillion y una de las más plenamente tratadas es la Historia de Beren y Lúthien, la DoncellaElfo.[nota 7] Aquí encontramos, entre otras cosas, el primer ejemplo del motivo (que se vuelve dominante entre los Hobbits) de que los grandes cursos de la historia, «las ruedas del mundo», a menudo no son trazados por los Señores o los Gobernantes, ni siquiera por los dioses, sino por los aparentemente desconocidos y débiles, como consecuencia de la vida secreta que hay en la creación, y la parte desconocida para toda otra sabiduría, salvo para la única, que reside en las intromisiones de los Hijos de Dios en el Drama. Es Beren, el mortal proscrito, el que tiene buen éxito (con ayuda de Lúthien, una mera doncella, si bien perteneciente a la nobleza élfica) allí donde los ejércitos y los guerreros habían fracasado: penetra en la fortaleza del Enemigo y arranca uno de los Silmarilli de la Corona de Hierro. De este modo obtiene la mano de Lúthien y se lleva a cabo el primer matrimonio entre mortales e inmortales.

Como tal la historia es una novela de hadas heroica (hermosa y vigorosa, según creo) comprensible en sí misma con sólo un vago y general conocimiento del entorno. Pero es también un eslabón fundamental en el ciclo, privado de su plena significación fuera del lugar que ocupa en él. Pues la recuperación del Silmaril, una suprema victoria, conduce al desastre. El voto de los hijos de Fëanor se vuelve operativo, y el deseo de la obtención del Silmaril lleva a la ruina a todos los reinos de los Elfos.

Hay otras historias tratadas casi de modo tan cabal e igualmente e independientes, y, sin embargo, vinculadas con la historia general. Está los Hijos de Húrin, el cuento trágico de Túrin Turambar y su hermana Níniel, de la que Túrin es el héroe: figura de la que podría decirse (por gente que gusta de ese tipo de relaciones, aunque no sirven de nada) que deriva de ciertos elementos de Sigurd el Volsung, Edipo y el Kullervo finlandés. Está la Caída de Gondolin: la principal fortaleza élfica. Y el cuento, o cuentos, de Earendil el Errabundo [nota 8]. Resulta importante como la persona que lleva el Silmarillion a su culminación y que, con su descendencia, proporciona los principales eslabones con los cuentos de la Edades posteriores y con sus personajes. Su función, como representante de ambas razas, los Elfos y los Hombres, es hallar un camino en el mar de regreso a la Tierra de los Dioses y, como embajador, persuadirlos de que tengan en cuenta otra vez a los Exiliados, que sientan piedad por ellos y los rescaten del Enemigo. Su esposa Elwing desciende de Lúthien y posee todavía el Silmaril. Pero la maldición aún está en actividad, y la casa de Earendil es destruida por los hijos de Fëanor. Pero esto procura la solución: Elwing, arrojándose al Mar para salvar la joya, llega al encuentro de Earendil, y con el poder de la gran Gema llegan por fin a Valinor y cumplen su cometido. El precio que deben pagar por ello es que nunca más se les permite volver o vivir otra vez entre los Elfos o los Hombres. Los dioses entonces se ponen en movimiento otra vez, y un gran poder llega del Oeste, y la Fortaleza del Enemigo es destruida; y él mismo es arrancado del Mundo y arrojado al Vacío, para que jamás vuelva a aparecer allí en forma encarnada. Los dos Silmarils restantes son recuperadas de la Corona de Hierro, sólo para volver a perderlas otra vez. Los dos últimos hijos de Fëanor obligados por su voto, las roban y son destruidos por ellas, por lo que se arrojan al mar y a los fosos de la tierra. El barco de Earendil, adornado con la última Silmaril, se lanza a navegar por el cielo y se convierte en la estrella más brillante. Así terminan El Silmarillion y los cuentos de la Primera Edad.

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